miércoles, 29 de diciembre de 2010

Moviendo corazones en El Rinconcito


Por Mario G. León

“Se me puso la piel de gallina”. Fueron las palabras de quien se organizó una posada con un grupo de amigos que acostumbran reunirse para acudir a lugares donde puedan llevar un poco de alegría y compartir de los beneficios recibidos en el año, en lugar de pasar el rato en torno a una mesa de un restaurante caro.

Ella iba saliendo de El Rinconcito, había ido a conocer el lugar para comprobar que efectivamente fuera un lugar con necesidades.

Cuando se estaban poniendo de acuerdo con los habitantes, era fabuloso ver cómo los problemas desaparecían y todo se solucionaba:

- ¿Cuántos son? 
- Yo invito a los que usted quiera, dígame para cuantos trae cosas y esos le junto. 
- ¿Tienen sillas y mesas? 
- No, pero tenemos muchas piedras para sentarnos y en las piernas nos recargamos. 
- Ah, bueno, pero de todos modos vamos a ocupar al menos para la comida. 
- Me traigo mi puerta y la ponemos sobre tabiques. 
- Pero hay muchos perros, a ver cómo le hacemos para que los dejen comer a gusto. 
- Por ellos no se preocupe, son más obedientes que mis hijos, no comen si no les doy y no se arriman si no les llamo.

“Tengo varios amigos que quieren ayudar, uno de ellos es chef y el otro día me dijo que lo que realmente quería era preparar una comida, regalarles un día de mi vida y ver cómo disfrutan lo que preparo; voy a traerlo aquí, vamos a hacer una posada”.

Y así fue, preparó junto con sus amigos comida para las personas que acudieron a la posada bajo el árbol que sirve de casa para los pequeños, sólo que ahora la diversión estaba abajo.

Y como muchas manos estorban en la cocina, unos preparaban las piñatas, bolos, churritos, fruta picada y otros más recolectaban juguetes; lograron reunir más de 120, sin contar las pelotas que un acomedido llevó, que ahora sí quedó bien.

“Me dio no sé qué cuando el señor me dijo que ya le dolían los pies, yo pensaba que me decía del frío, pero no, le dolían porque siempre se acostaba al perro encima de los pies para no sentir frío porque la cobija no le alcanzaba”

Cuando nos decía esto las lágrimas casi salían de sus ojos, luego nos enteramos que después regresaron para llevarles algunos cobertores y a él le tocó uno.

Era una delicia verlos convivir. Fue imposible saber quién lo disfrutó más:
Los niños con pelotas, juguetes, bolos, dulces de las 15 piñatas que rompieron y una sonrisa que no cabía en sus rostros.

O los adultos que se reunieron, felices de ver disfrutar a sus niños, gustosos de poder comer los antojitos que llevaron, saborear un delicioso pollo, tostadas de ensalada, fruta y claro, no faltaron los churros para el postre; a la vez que volvieron a sentir su niñez rompiendo la piñata que les tocó.

Los amigos, organizadores de la posada, con una cara de plenitud y satisfacción pocas veces vista dijeron, “Estos días los recuerda uno toda la vida”, a ninguno de ellos les importó tener los zapatos llenos de tierra, ni el cabello empolvado, ni los olores del canal, solo dijeron:

“No tenemos con qué pagar esas sonrisas”



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